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La disminución de la migración ilegal cambia el negocio agrícola en California

GONZALES, California — Parecía una imagen centenaria de la agricultura en California: unas cuantas decenas de hombres mexicanos estaban hincados y arrancaban rábanos del suelo para atarlos en manojos. Pero las cuadrillas que estaban en el campo de rábanos de Sabor Farms, aproximadamente a 1,6 kilómetros al sur del río Salinas, representan la vanguardia del cambio, una revolución en los métodos para cosechar alimentos de la tierra en Estados Unidos.

Para empezar, los jóvenes que estaban de rodillas trabajan junto con una tecnología que no se veía hace 10 años. Agachados detrás de lo que parece un tractor equipado con una planta empacadora, colocan racimos de rábanos en una cinta transportadora al alcance de la mano, que los lleva a través de un lavado en frío y los entrega para ser empacados en cajas y entregados para su distribución en un camión refrigerado.

El otro cambio es más sutil, pero no menos revolucionario. Ninguno de los trabajadores está de manera ilegal en Estados Unidos.

Ambas transformaciones están impulsadas por la misma dinámica: la disminución en la oferta de jóvenes inmigrantes indocumentados de México, la columna vertebral de la fuerza laboral que recolecta los cultivos de California desde la década de 1960.

La nueva realidad demográfica ha hecho que los agricultores se apresuren a traer personas extranjeras mejor pagadas con visas de trabajadores invitados temporales y experimentar con la automatización hasta donde sea posible, e incluso reemplazar cultivos con alternativas menos intensivas en mano de obra.

“Antes había mucha gente”, dijo Vanessa Quinlan, directora de recursos humanos de Sabor Farms. En estos días, no tanto: alrededor del 90 por ciento de los trabajadores que laboran en la cosecha de Sabor provienen de México con visas temporales, dijo Jess Quinlan, presidente de la finca y esposo de la especialista en recursos humanos. “Teníamos que asegurarnos de tener trabajadores disponibles cuando la cosecha estuviera lista”, dijo.

A pesar de toda la ansiedad por el aumento de la inmigración, los mexicanos, que constituyen la mayoría de los inmigrantes no autorizados en Estados Unidos y la mayoría de los trabajadores agrícolas en California, no están llegando al país en las mismas cantidades que antes.

Hay una serie de razones que explican esa tendencia, como el envejecimiento de la población de México, que aminoró la cohorte de migrantes potenciales. La relativa estabilidad de México después de las crisis financieras de las décadas de 1980 y 1990 redujo las presiones para migrar, mientras que el colapso de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos redujo drásticamente la demanda de trabajo al norte de la frontera. El control fronterizo más estricto por parte de Estados Unidos, especialmente durante el gobierno de Donald Trump, ha reducido aún más el flujo migratorio.

“La ola de migración mexicana hacia Estados Unidos ha tocado techo”, escribieron los economistas Gordon Hanson y Craig McIntosh.

Como consecuencia, la población total de inmigrantes no autorizados en Estados Unidos alcanzó su punto máximo en 2007 y ha disminuido un poco desde entonces. California lo experimentó primero. De 2010 a 2018, la población de inmigrantes no autorizados en ese estado se redujo alrededor de un 10 por ciento, ubicándose en 2,6 millones. Y el flujo decreciente redujo drásticamente la oferta de trabajadores jóvenes para labrar los campos y cosechar cultivos a bajo precio.

Las autoridades estatales informaron que de 2010 a 2020, el número promedio de trabajadores en las granjas de California se redujo de 170.000 a 150.000. El número de trabajadores inmigrantes indocumentados disminuyó aún más rápido. La Encuesta Nacional de Trabajadores Agrícolas más reciente que ha hecho el Departamento de Trabajo reportó que en 2017 y 2018, los inmigrantes no autorizados solo representaron el 36 por ciento de los trabajadores agrícolas contratados por las granjas de California. Eso fue inferior al 66 por ciento, según las encuestas realizadas 10 años antes.

La fuerza laboral inmigrante también ha envejecido. En 2017 y 2018, el trabajador agrícola promedio contratado localmente en una granja de California tenía 43 años, según la encuesta, ocho años mayor que en las encuestas realizadas entre 2007 y 2009. La proporción de trabajadores menores de 25 años se redujo al siete por ciento de un cuarto.

La cosecha de rábanos en Sabor Farms. “Antes había mucha gente”, dijo la directora de recursos humanos de la empresa”.

Desesperados por encontrar una alternativa, las granjas recurrieron a una herramienta que habían rechazado durante años: la visa H-2A, que les permite importar trabajadores durante algunos meses del año.

La visa se creó durante la reforma migratoria de 1986 como una concesión a los agricultores que se quejaban de que la legalización de millones de inmigrantes no autorizados los privaría de su fuerza laboral porque los trabajadores recién legalizados buscarían mejores trabajos fuera de la agricultura.

Pero los agricultores vieron que el proceso H-2A era demasiado caro. Según las reglas, tenían que proporcionarles a los trabajadores H-2A alojamiento, transporte a los campos e incluso comidas. Y tenían que pagarles la llamada tasa salarial de efecto adverso, calculada por el Departamento de Agricultura para garantizar que no rebajaran los salarios de los trabajadores del país.

Seguía siendo más barato y más fácil para los agricultores contratar a los inmigrantes más jóvenes que seguían llegando de manera no autorizada a través de la frontera. (Los empleadores deben exigir documentos que demuestren la elegibilidad de los trabajadores para trabajar, pero son bastante fáciles de falsificar).

Eso ya no es así. Hay unos 35.000 trabajadores con visas H-2A en todo California, 14 veces más que en 2007. Durante la cosecha, llenan los moteles baratos que abundan en los pueblos agrícolas de California. Una instalación habitacional de 1200 camas exclusiva para trabajadores H-2A acaba de abrir en Salinas. En King City, a unos 80 kilómetros al sur, se reacondicionó un antiguo cobertizo de procesamiento de tomates para alojarlos.

“En Estados Unidos tenemos una fuerza de trabajo ilegal asentada y envejecida”, dijo Philip Martin, experto en mano de obra agrícola y migración de la Universidad de California, en Davis. “La sangre fresca son los H-2A”.

Sin embargo, es poco probable que los trabajadores migrantes invitados llenen el vacío laboral en las granjas de Estados Unidos. Para empezar, son más costosos que los trabajadores en gran parte no autorizados a los que remplazan. Este año, la tasa salarial de efecto adverso en California es de 17,51 dólares, muy por encima del salario mínimo de 15 dólares que los agricultores deben pagarles a los trabajadores contratados localmente.

Así que los agricultores también están buscando otras opciones. “Estamos viviendo un tiempo prestado”, dijo Dave Puglia, presidente y director ejecutivo de Western Growers, el grupo de cabildeo de los agricultores del oeste estadounidense. “Quiero mecanizar la mitad de la cosecha en 10 años. No hay otra solución”.

Los productos que son resistentes o que no necesitan verse bonitos ya se cosechan en gran medida mecánicamente, desde tomates procesados ​​y uvas para vino hasta lechugas verdes variadas y frutos secos. Durante décadas, Sabor Farms ha estado usando máquinas para cosechar mezclas de ensalada.

“La mayoría de los alimentos procesados ​​están automatizados”, dijo Walt Duflock, quien dirige el Centro de Innovación y Tecnología de Western Growers en Salinas, un punto para que los empresarios tecnológicos se reúnan con los agricultores. “Ahora el esfuerzo está en los productos frescos”.

“Lo que a mí me da es miedo de que vienen con los H-2A y aparte con los robots”, dijo José Luis Hernández, quien emigró de México cuando era adolescente.
“Antes quitábamos la hoja de la uva con las manos. Ahora, este año, metieron puras máquinas”, dijo Ancelmo Zamudio, trabajador de un viñedo.

Las manzanas se cultivan en espalderas para facilitar la cosecha. Los científicos desarrollaron un brócoli modificado genéticamente con tallos largos para que pueda cosecharse mecánicamente. La poda y el corte de árboles y vides está cada vez más automatizado. Se han llevado láseres a los campos para desyerbar. La “cinta de plantas” biodegradable llena de semillas y nutrientes ahora se puede germinar en viveros y trasplantarse con enormes máquinas que simplemente desenrollan la cinta en el campo.

Unas pocas filas más abajo del equipo que cosecha racimos de rábanos en el terreno de Sabor Farms, los Quinlan manejan una lujosa cosechadora automática de rábanos que compraron en los Países Bajos. Operada por tres trabajadores, arranca rábanos individuales del suelo y los vierte en cajas en un camión que circula a su lado.

Sin embargo, la automatización tiene límites. Cosechar productos que un robot no puede magullar ni descuartizar sigue siendo un desafío. Una encuesta realizada por el Western Growers Center for Innovation and Technology encontró que aproximadamente dos tercios de los productores de cultivos especiales como frutas frescas, verduras y nueces han invertido en automatización en los últimos tres años. Sin embargo, esperan que solo alrededor del 20 por ciento de la cosecha de lechuga, manzana y brócoli, y nada de la cosecha de fresas, se automatice para 2025.

Es poco probable que algunos cultivos sobrevivan. La superficie dedicada a cultivos como pimientos morrones, brócoli y tomates frescos está disminuyendo. Y los proveedores extranjeros están tomando gran parte del relevo. Las importaciones de frutas y verduras frescas y congeladas casi se duplicaron en los últimos cinco años ubicándose en 31.000 millones de dólares en 2021.

Pensemos en los espárragos, un cultivo particularmente intensivo en mano de obra. En 2020, solo se cosecharon unas 1600 hectáreas en todo el estado, frente a las 14.000 registradas dos décadas antes. El salario mínimo estatal de 15 dólares, sumado al nuevo requisito de pagar horas extras después de las 40 horas a la semana, están reduciendo aún más los cultivos porque los productores del estado mexicano de Sinaloa, donde los trabajadores ganan unos 330 dólares al mes, han aumentado casi tres veces la superficie cultivada de espárragos en los últimos 15 años, hasta alcanzar unas 19.000 hectáreas en 2020.

Los trabajadores H-2A no ayudarán ante los espárragos mexicanos más baratos. Son incluso más caros que los trabajadores locales, aproximadamente la mitad de los cuales son inmigrantes de oleadas anteriores que obtuvieron un estatus legal; alrededor de un tercio son indocumentados. Y las empresas no se están apresurando a automatizar los cultivos.

“No hay unicornios allí”, dijo Neill Callis, quien administra el cobertizo de empaque de espárragos en Turlock Fruit Company, que cultiva unas 121 hectáreas de espárragos en el Valle de San Joaquín, al este de Salinas. “No puedes seducir a un inversionista con la oportunidad de resolver un problema de dos dólares por caja para 50 millones de cajas”, dijo.

Si bien Turlock automatizó todo lo que pudo, introduciendo una máquina alemana para clasificar, recortar y agrupar los turiones en el cobertizo de empaquetado, la cosecha aún se hace a mano: los trabajadores encorvados caminan por las hileras cosechando con cuchillos de 45 centímetros de largo.

En estos días, dijo Callis, Turlock se está aferrando a la cosecha de espárragos principalmente para asegurar su suministro de mano de obra. Proporcionar puestos de trabajo durante la cosecha de espárragos de febrero a mayo ayuda a que la granja conserve a sus trabajadores regulares —240 en el campo y alrededor de 180 en el cobertizo del que es copropietario con otra granja— para la crítica cosecha de verano de 1416 hectáreas de melones.

Trabajadores cosechaban espárragos a mano en una granja en Firebaugh, California

Perder su fuente de trabajadores inmigrantes indocumentados baratos cambiará a California. Otros empleadores que dependen en gran medida de mano de obra barata, como constructores, paisajistas, restaurantes y hoteles, tendrán que adaptarse.

Paradójicamente, los cambios que arrasan los campos de California parecen amenazar a la fuerza de trabajo local indocumentada en la que alguna vez confiaron los agricultores. Ancelmo Zamudio, de Chilapa, en el estado mexicano de Guerrero, y José Luis Hernández, de Ejutla, en Oaxaca, cruzaron a Estados Unidos cuando apenas eran adolescentes, hace más de 15 años. Ahora viven en Stockton y trabajan principalmente en los viñedos de Lodi y Napa.

Estaban construyendo una vida en Estados Unidos. Trajeron a sus esposas, tuvieron hijos y esperaban poder legalizar sus estatus de alguna manera, tal vez a través de otra oportunidad de reforma migratoria como la de 1986.

Pero, para ellos, las cosas se ven más complicadas. “Antes quitábamos la hoja de la uva con las manos. Ahora, este año, metieron puras máquinas”, se quejó Zamudio. “Según ellos, porque no había gente”.

Hernández se queja de los trabajadores H-2A, que ganan más, aunque tengan menos experiencia, y no tienen que pagar la renta ni mantener a una familia. Le preocupa el aumento de los alquileres, impulsado por los recién llegados del Área de la Bahía. La regla que obliga a los agricultores a pagar horas extras después de 40 horas de trabajo por semana le está costando dinero, se queja, porque los agricultores redujeron drásticamente las horas extras y recortaron su semana laboral de seis días a cinco.

Se preocupa por el futuro. “Lo que a mí me da es miedo de que vienen con los H-2A y aparte con los robots”, dijo. “Nos van a dar para abajo”.

Eduardo Porter se unió al Times en 2004 después de trabajar en The Wall Street Journal. Ha reporteado sobre economía y otros temas desde Ciudad de México, Tokio, Londres y São Paulo. @portereduardo

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