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Las relaciones diplomáticas en América Latina se vuelven personales

Ecuador fue famoso en su día por dar refugio a un fugitivo: durante siete años permitió que el fundador de WikiLeaks, Julian Assange, permaneciera en su embajada en Londres, invocando un tratado internacional que convierte a las sedes diplomáticas en lugares de refugio.

La semana pasada, la nación sudamericana pareció hacer trizas ese tratado al enviar a la policía a la embajada mexicana en Quito —ante las protestas de México—, donde detuvo a un exvicepresidente acusado de corrupción.

El presidente de Ecuador, Daniel Noboa, defendió la decisión de detener al exvicepresidente, Jorge Glas, calificándolo de delincuente y citando la creciente crisis de seguridad del país para justificar la medida.

Pero sus críticos dijeron que era una de las violaciones más atroces del tratado desde su creación en 1961. Vieron un motivo más personal: la agenda política de Noboa.

Ecuador se ha visto sumido en niveles récord de violencia, y Noboa, un joven líder de centroderecha, está ansioso por transmitir la imagen de que es duro con el crimen. Está a pocos días de un referéndum nacional que, de ser aprobado, le otorgaría nuevos y amplios poderes para hacer frente a la inseguridad y, potencialmente, le ayudaría a ser reelegido el próximo año.

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